Los meses de verano traen consigo algo más que sol, playa y vacaciones: también el deterioro del cuero cabelludo es una amenaza omnipresente durante la época más calurosa del año. Por ejemplo, la sobreexposición solar acelera la pérdida de la barrera lípida que envuelve y mantiene hidratado el tallo piloso. Este y otros daños pueden evitarse con el uso de una crema solar capilar, como recomendaría cualquier dermatologo pelo o experto en tricología.
El impacto de los rayos UV también genera una serie de reacciones químicas en el cuero cabelludo, como el desequilibrio entre las melaninas oscuras y rojizas, es decir, la eumelanina y la feomelanina. Dado que esta última es vulnerable al sol, el pelo tiende a decolorarse en meses como julio y agosto, adquiriendo una apariencia distinta a la deseada, en caso de no adoptar medidas de protección.
El estrés oxidativo es asimismo otra de las consecuencias inesperadas de pasar demasiado tiempo al sol sin sombrero ni protección de ningún tipo. En el tallo piloso están presentes una serie de aminoácidos, que reaccionan mediante la oxidación ante los rayos ultravioleta. Esto agiliza el envejecimiento capilar y, con ello, la pérdida de brillo y fuerza.
El resultado de estos perjuicios es la alta vulnerabilidad del tallo piloso, que se vuelve sensible y quebradizo en exceso. Como consecuencia de la disminución de la cistina y otras proteínas capilares, la estructura del cabello se debilita y pierde su atractivo originario. En determinados casos, el sol causa verdaderos estragos en el cuero cabelludo, derivando en alteraciones como el efluvio telógeno.
Para mantener el cuero cabelludo en óptimas condiciones durante el verano, se recomienda la aplicación de sprays de hidratación y el uso de protección solar específica para el pelo, así como de mascarillas y aceites hidratantes. Por otra parte, los sombreros, pañuelos y otros complementos son aliados para combatir los efectos nocivos del sol, sin renunciar a las actividades típicas del verano.